domingo, 20 de octubre de 2013

Dos concepciones del logos: la ontología y la logología

Por: Jesús Antonio Guzmán Cruz


El logos
Es en el Siglo V cuando el concepto de logos comienza a relacionarse con la Filosofía, pero mantiene relaciones con usos sociales y culturales. El logos se vincula con nuestra concepción del lenguaje, porque se comprende como “todo lo que se dice” (que abarca tanto lo escrito como lo oral). O como una explicación de algún hecho. En ambos usos de la palabra logos, se vislumbra una actividad propia del hombre, que sería: el uso del leguaje para transmitir lo que se conoce.



Otra acepción del concepto de logos sería la que expresa universalidad, en cuanto que toda explicación (por medio del lenguaje) busca definir algún objeto, pero siempre relacionada con el hombre. Esto es, el logos es una facultad del hombre, hay un vínculo entre el hombre y la razón universal, por ello el ser humano se distingue de los demás seres vivos.

A modo de ejemplo podemos recurrir a la doctrina de Heráclito. Él utiliza esta palabra en sus reflexiones metafísicas diciendo: "No a mí, sino habiendo escuchado al logos, he sabio decir junto a él que todo es uno." El logos expresa la unidad de lo real, incluso lo real mismo, por ello Heráclito invita a que lo escuchemos, a que facilitemos su manifestación. Heráclito entendía al ser como logos, una inteligencia capaz de ordenar y mantener la armonía tras los cambios propios del devenir del mundo.
No hay una definición unívoca de este término, pero expresa una intuición filosófica fundamental y necesaria para la ontología: la universalidad. Sin embargo, ¿Qué hace a esta palabra tener un estatuto filosófico, frente a otras construcciones ideológicas (como la noción de la divinidad o, en general, las explicaciones mitológicas del mundo, que estrictamente también son explicaciones de la totalidad)?  Es una pregunta que se disolverá al contraponer el logos al mito.

El mito frente al logos
En la Filosofía es necesario plantearse el problema del ser para lograr, mediante su razonamiento, establecer una noción de la realidad en su conjunto. Cuando los primeros filósofos griegos, llamados genéricamente como “presocráticos”, no se contentaron con las explicaciones mitológicas de la realidad, comenzaron a gestar un proceso que es conocido como “un paso”, el ir del mito al logos.



En principio, el modo de fundamentar a la realidad es distinto, el mito no propone un método para sustentar sus afirmaciones, la razón, en cambio, lo exige.

El mito es una historia, incluidos los mitos cosmológicos, que es tomada por verdadera porque el mundo existente está ahí para probarlo[1].Éste da prueba de su verdad, tal como se advierte en los diversos mitos: “el mito del origen de la muerte es verdadero, puesto que la mortalidad del hombre lo prueba, y así sucesivamente.”[2]

Los filósofos presocráticos hicieron un esfuerzo por afirmar una noción del mundo que se basara en la razón o en el discurso, “no se contentaron con ninguna de las admitidas fantasías mitológicas, porque buscaban un auténtico principio de unidad, el sustrato último del cambio…”[3]El mito termino por significar “lo que no puede existir en la realidad”. A la luz del desarrollo de la Filosofía, éste ya no era suficiente y fue tornándose en una ficción.

Dos concepciones del logos opuestas entre sí: la ontología y la logología
Sabemos, desde un horizonte histórico, que la pregunta por el ser hizo que se diera énfasis en averiguar la naturaleza del cosmos. Estas primeras investigaciones racionales compartían un mismo objeto de estudio, hombres como Tales, Anaxímenes, Heráclito, Parménides, etc., ponían todo su interés en el mundo exterior, en el objeto y no en el sujeto. Que el centro de sus especulaciones fuera el cosmos hizo posible que a estos primeros filósofos se les agrupara bajo el nombre de filósofos presocráticos. Todo ellos partían de una intuición metafísica que sobrepasaba a la experiencia, la afirmación de una Unidad del Universo.



La pregunta por el ser fue inspirada por el cambio material pero se desarrolló gracias a una abstracción de la multiplicidad, ya que uno tras otro los pensadores presocráticos examinaron la pregunta: ¿cuál es el componente último del mundo? Sin embargo, no lograron resolver este problema. Pero sentaron las bases que servirían de antecedentes a filósofos posteriores como Platón y Aristóteles.

El antecedente que marcaron fue el de definir la actividad filosófica en Grecia, depositándola en lo que ahora se conoce como ontología y que podríamos decir, con algunas reservas marcadas por la sofística, define la filosofía griega.

Sin embargo, los filósofos de la naturaleza no establecieron unívocamente la verdad del fundamento último del mundo, en su consideración del Cosmos no lograron explicar a todos los factores implicados, lo que llevo a trasladar la atención hacia el ser humano. Este fracaso marcó un cambio, del objeto al sujeto, al hombre mismo prescindiendo del Cosmos[4]. Dicho cambio de interés se presenta tal cual en los Sofistas y es lo que a la postre los distinguirá de los primeros filósofos (aunque también se les ha denominado como presocráticos).

De la mano de los Sofistas cambió el objeto de la Filosofía, de la materialidad del mundo hacia el estudio del hombre, pero en un sentido de estar atento a observar las manifestaciones humanas, y la percepción de los fenómenos mediante la experiencia. Los Sofistas ya introducían la duda o escepticismo de la posibilidad de lograr un conocimiento de la naturaleza última del mundo, basándose en el hecho de la falibilidad de los sentidos.

El desarrollo de doctrinas como la de Heráclito y la de Parménides sólo lograron que el espíritu “escéptico” de los sofistas encontrara una justificación razonable para dudar de la percepción sensible. Pero también para dudar del pensamiento mismo. En el caso de Heráclito encontramos una afirmación de la unidad en la pluralidad, pero exagera demasiado la tesis del devenir. Incluyendo los problemas que se derivan de la defensa del principio que nombró como “Fuego”. Mientras que Parménides descartó la fiabilidad de los sentidos basándose en una doctrina Metafísica y no en un argumento que buscara probar su validez. El hecho de la estabilidad y de la mutabilidad se mostró en Heráclito y en Parménides como doctrinas rivales, fue hasta la reflexión de Platón que se habrían de retomar y conciliar estas dos tesis.

Un nuevo periodo se inauguraría de la mano de los sofistas. Quienes se distinguen por ocuparse del microcosmos, por el cambio de su objeto de estudio: el hombre, la civilización que formaban, sus costumbres. Los sofistas eran personas eruditas, tenían la conciencia de las distintas maneras de vivir del hombre, dado que conocían diferentes culturas. Tales conocimientos despertaron preguntas de gran alcance: las formas de vivir, el lenguaje, la religión y los códigos éticos, ¿qué no son todas estas, convenciones?

El método de la sofistica también fue distinto de la precedente filosofía, reunieron una gran cantidad de observaciones, de opiniones y de creencias, que les permitieron concluir que no se puede saber algo con certeza. Además de que desarrollaron teorías sobre el lenguaje, teorías de la civilización, y de organización política. Su método se contrapone al de los filósofos especulativos de la naturaleza, ellos se ocuparon de reunir una gran cantidad de información y postularon sus doctrinas, es decir, su método fue empírico deductivo. Su verdad era práctica (y no absoluta), pues sus fines eran prácticos: trataron de enseñar ética y política.

Para notar la relevancia de sus doctrinas hay que decir que proponen una alternativa a la ontología clásica griega, desde una perspectiva distinta a la que tradicionalmente se reconoce como dominante. La pregunta por el ser no fue abordada por los sofistas. Cayeron en un cierto relativismo, no ofrecían una solución al problema del fundamento del mundo humano, tendían a cierta actitud escéptica por cuanto dudaban de una respuesta universal que contentara al entendimiento. El que los sofistas no se interesaran por el ser, sino por las apariencias; el que no buscaran la virtud, sino el poder; y que no llegaran a perseguir a la verdad sino a la persuasión, fueron impugnaciones a su trabajo intelectual.
“En sustancia, la singularidad de la sofistica consiste en ser ya, como hecho de historia, un efecto de estructura, la practica real de quienes se llamaron y a quienes se llamó “sofistas” sirve para designar en filosofía una de las modalidades posibles del no filosofar. La definición, que no dejaremos de glosar, resulta tan magistral como enigmática pero designa en forma intemporal la sofística, no común, como “una filosofía de razonamiento verbal, sin solidez ni seriedad”[5].

El movimiento, o efecto sofístico, no se mide con el estatuto de la verdad, que impone la ontología. Es la cara de la no-filosofía, pero muy a pesar de ello posee un logos. Este logos pretende eludir al ser y a la palabra que lo enuncia. No se trata sólo de oponer a la ontología con la sofística, o en su defecto lo que se ha llegado a formular como logología, en tanto el estudio que maneja los problemas del lenguaje y que va en contra de la ontología, “la sofística como distinta de lo metafísico y alternativa, desde los presocráticos, al gran linaje de la filosofía”[6].

El hecho de poner énfasis en la sofística parte de considerar que los filósofos de la naturaleza podían comprenderse como parmenídeos. Filósofos como Anaximandro, Heráclito, Protágoras, desarrollan un desocultamiento del ser o alétheia al establecer una copertenencia entre el ser, el decir y el pensar, relación que se construirá en un mismo espacio que recibirá el nombre de ontología.

En contrapartida la logología, verá su desarrollo más evidente y radical en el “Tratado del no ser” de Gorgias, que trazará un nuevo camino entre la relación ser y decir. Para Gorgias el lenguaje (en este caso el poema “Elogio de Helena”) es una práctica discursiva que no está inspirada por el ser, o por lo que hay, es la práctica lo que realmente produce su objeto. Esta es la crítica radical hacia la ontología, que ya se elaboraba desde la filosofía presocrática, el ser no es lo develado por la palabra sino lo creado por el discurso.

Entonces, la sofística reduce el hacer filosófico a la producción del lenguaje o a un hecho del lenguaje. Esto es lo que se deberá entender por logología, es decir, la percepción de la ontología como discurso. Desde el tratado de Gorgias “Sobre el no ser o sobre la naturaleza”, escrito base del sofista, sabremos qué motiva esta reacción en contra de la concepción metafísica parmenídea. De esta obra únicamente se conservan fragmentos, por ello es difícil interpretarla. Su trabajo abocado a la ontología se manifiesta en tres tesis:

1. Nada existe
2. Si algo existiera sería incognoscible
3. Si algo existiera y fuese cognoscible sería incomunicable

La interpretación de estas tres tesis ha llevado a sus lectores a comprender al sofista desde diversos horizontes, desde quien encuentra en su obra un nihilismo y escepticismo radical, hasta quien lo llega a considerar como un maestro en el arte retórico, cuya habilidad quedaría de manifiesto al hacer verosímiles las afirmaciones de apariencia más absurda.

Pero si consideramos detenidamente la tercera tesis de su planteamiento esbozaremos la relevancia de su obra. “Si algo existiera y fuese cognoscible sería incomunicable”. A favor de esta tesis Gorgias alude la inadecuación del pensamiento con lo pensado. Tenemos que: si el pensar no implica la existencia, lo existente no puede ser pensado. De manera que podemos pensar un evento ficticio y ello no causa su realización; que todo lo pensado existe es una afirmación absurda. Entonces, cabe la posibilidad de que lo pensado pueda llegar a existir, esto es, que lo pensado fuera existente, pero esto no es posible porque lo no existente no podría ser pensado, y sucede que sí podemos pensar en algo no existente, como un unicornio.

El segundo argumento a favor de esta tesis se refiere al de la incomunicación para transmitir al ser pensado (en caso de que esto fuera posible). La palabra es lo que manejamos los hombres para comunicarnos, pero la palabra es distinta a la realidad (en el supuesto que existiera algo). Al comunicarnos sólo transmitimos palabras y nada más que palabras. 

Además, la palabra no puede comunicar al hombre con la debida precisión, en el proceso del habla manifestamos ciertos estados de conciencia, pero el que recibe la comunicación no puede despertar los mismos estados de conciencia que el emisor, en razón de que el hombre es algo plural, nunca hay humanos idénticos entre sí. Si no hay una unidad homogénea del hombre, no puede haber comunicación, pues nadie puede pensar lo mismo que el otro.

Por lo anterior, vemos una ruptura con la unidad parmenídea del ser, el pensar y el habla. Una crítica que Sócrates no tomó como definitiva y se comprometió a debatirla.

Pero es aún interesante el vuelco que representa al quehacer filosófico la idea de enfocarse al estudio del lenguaje, pues si no hay más existencia demostrable que la inmediata, hay que ir construyendo nuestros discursos, prepararnos para utilizar las palabras. Tal es el ejemplo que el mismo Gorgias nos expone en el escrito “Elogio de Helena” donde el sofista intenta demostrar que la huida de Helena a Troya no es reprochable. Tal vez lo hace para demostrar lo valioso del arte retórico, pero sus implicaciones no dejan de sorprender: “la palabra es un poderoso soberano que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas…”[7] La fuerza que ejerce la palabra puede llegar a someter el alma de quien la escucha.

Si el poema de Parménides establece con relación al ser: “que es, que puede conocerse y que puede decirse”, el “Tratado sobre el no ser” de Gorgias postula la ruptura entre ser y logos, al afirmar que nada existe, duda de que hubiera algo llamado ser y que este pudiera ser conocido, no sólo esto: el logos no puede dar cuenta de conocimiento alguno del ser pues niega la posibilidad de que pueda decirse algo sobre el ser.
El discurso es pues algo que no tiene verdad, en tanto que no puede comunicar al ser. De esta manera se plantean dos modos rivales de concebir la relación entre ser y lenguaje. La primera perspectiva pertenece a la ontología que va desde Parménides hasta Sócrates, Platón y Aristóteles, en la cual el lenguaje puede acceder a un ser que sobrepasa la experiencia sensible.
Por otro lado, la logología explica que el lenguaje no habla del ser como algo fuera de él, sino que lo produce, el ser vendría a concebirse como un efecto del decir. Viniendo a favor de esto encontramos a la sofística, en autores como Gorgias, Protágoras, Antifonte, Filóstrato, etc. En Gorgias vemos un desarrollo claro de este problema, el de la relación entre el ser y el decir; y la conclusión de lo importante que puede llegar a ser la retórica.

Conclusión:
La ontología y a logología son opuestas entre sí porque la primera se dedica a dar fundamento al ser, mientras que la segunda se dedica a dar fundamento al lenguaje. Los ontólogos establecen que el ser es lo develado por la palabra, lo que precisamente atacan los otros diciendo que en realidad el ser es lo creado por el discurso. Para la logología la realidad es construcción discursiva, el mundo llega hasta donde el lenguaje lo permita, el lenguaje  es productivo, que antes de él no hay nada. No hay hombre sin palabra y el mundo creado por ésta es la polis, mundo de los hombres hablantes.




[1]Eliade, Mircea, Mito y realidad, Trad. Luis Gil, 1ª ed., Barcelona, Editorial Labor, 1991, p. 6
[2]Ibídem.
[3]Copleston, Frederick, Historia de la filosofía, Tomo I Grecia y Roma, Barcelona, Ariel, 1994 p.88

[4]Ibídem. p.89
[5]Cassin, Bárbara, El efecto sofístico, Trad. Horacio Pons, 1ª ed., Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008 p.13
[6]Ibídem. p.13
[7]Gorgias, Fragmentos y testimonios, Trad. José Barrio Gutiérrez, 3 era ed.,  Buenos Aires, Aguilar, 1980, p.34



Bibliografía:
Copleston, Frederick, Historia de la filosofía, Tomo I Grecia y Roma, Barcelona, Ariel, 1994
Cassin, Bárbara, El efecto sofístico, Trad. Horacio Pons, 1ª ed., Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, 376 p.
Eliade, Mircea, Mito y realidad, Trad. Luis Gil, 1ª ed., Barcelona, Editorial Labor, 1991
Gorgias, Fragmentos y testimonios,Trad. José Barrio Gutiérrez, 3 era ed., Buenos Aires, Aguilar, 1980

No hay comentarios :

Publicar un comentario