Por: Aldo Clark
@aldocorp
El tema del escape es muy
recurrente cuando se habla de las prisiones, principalmente en las películas,
series de televisión o libros, sin embargo, esto ocurre con mayor frecuencia en
las de origen anglosajón, pues en las variantes latinoamericanas se presenta
otro fenómeno interesante.
Es curioso que se hable
de la fuga de una cárcel en estos medios, pero lo más curioso es cuando se
hacen analogías o metáforas con la vida misma. Sí, cuando la gente se pone
hablar, ya sean los escritores, poetas o cantantes, sobre aquellas situaciones de la vida o estados de ánimo en
los que el hombre se siente aprisionado
y busca ese escape de la celda que oprime o impide su felicidad.
Pero lo que quiero
abordar aquí es un caso diferente, no extraño porque se da en la forma de
hablar o de concebir a las penitenciarías en México y en América Latina. Aquí
prácticamente no se busca huir de ese castigo, es como si el humano quisiera
sentir el terror de una prisión real, o tal vez, cree que su vida es tan ruin y
decepcionante que ni siquiera la experiencia de la cárcel lo lastimaría más que
la vida misma, pero eso lo abordaré más adelante.
Primero veamos una breve
síntesis de “El Apando”, una obra del, para y desde el presidio que sirve de
base para explicar el fenómeno mexicano del penal. El libro de José Revueltas
es una referencia tajante, pues en él se relata una historia de la violencia y
tragedia que se vive en una correccional, las jerarquías; la participación de
los monos, esos guardias que en su
mayoría terminan siendo igual o más delincuentes que los que están encerrados;
las celdas de castigo como la que le da nombre al texto de Revueltas, y a este
ensayo claro; la prostitución, la drogadicción, la clandestinidad y todos esos
aspectos que le dan a las prisiones mexicanas, no solo el carácter de infierno
sino la imponente presea, de ser consideradas, las más peligrosas del mundo.
A pesar de eso, de esa
peligrosidad y tenebrosa cotidianidad de los cerezos, existe un rasgo del libro,
algo que tiene, no solo el pensamiento de los reos, sino la población que está afuera
también, y de lo que hablo es de la conformidad y la actitud de mártir.
Esa actitud de vale
madres de El Carajo (personaje
principal de El Apando), de conformidad ante el castigo, de aparente
indiferencia ante el sufrimiento, y la violencia que vive es tan representativa
del preso mexicano como del ciudadano común, hablo obviamente de una
generalidad (no digo que todos sean así, es que luego hay gente que se ofende porque
cree que eso los incluye a todos). Esa actitud de mártir que asume la gente en
la que acepta y permite que la dañe la oscuridad, y que niega o reclama por ésta,
pero bien que le gusta estar sufriendo, le gusta estar sintiéndose mal para que
haya alguien que llegue a reconfortarlo o consolarlo, para usarlo de pretexto e
ir por las chelas, de excusa para faltar a los deberes, de inspiración para
desahogarse de alguna forma.
Eso explica por qué el
gusto por las telenovelas en nuestro país; por qué dominan las canciones (no
importa el género) de dolidos, melancólicos o románticos obsesivos; por qué el
futbol nacional es tan mediocre y aun así lo ven, bueno, lo vemos, y hablando
de, qué curioso que hablemos de penales y la selección fracase en esa instancia
en múltiples ocasiones. También se explicaría por qué hay tantas relaciones en
donde, no importa cuántas veces se lastimen, se peleen, se engañen, siempre
quieren volver por más.
¿Querrá decir esto que,
una prisión podría representar mejor la cultura nacional que cualquier evento o
tradición?, probablemente, re abordando a aquellos que vuelven y vuelven por
más, son ejemplificados en las cárceles por los arraigados a los que les gusta renovar contrato, sí de esos que les
dicen, “estás libre en un mes”, pero ya están tan familiarizados o conformes, o
de plano ya les gustó sufrir, que, ocho semanas después de que cumplen su
sentencia, ya están de regreso, aunque ya el recibimiento es diferente, no es
la novatada que le aplican a los nuevos.
En fin, lo importante
aquí sería buscar la causa, por qué a los encarcelados les gusta regresar o
quieren quedar atrapados, o no les importa, bueno, algunos bien lo pueden hacer
por necesidad, afuera no tienen cómo sostenerse y adentro tienen techo seguro,
pero esto es muy engañoso porque estoy seguro que no siempre ni para todos es
así.
Ahora bien, por qué los que están afuera sienten que viven en un
penal, que difícilmente pueden vivir, ya sea por razones económicas o anímicas,
o incluso políticas. “Es por el sistema” dicen, si es así, por qué no luchan
por liberarse, por qué se quedan como el reo, con indiferencia a lo que les
suceda, les vale al final.
Es probable, que la
respuesta se halle en la genética, hay estudios que dicen que el ADN también
tiene memoria, y que conocimientos o inclusive recuerdos pueden pasar de
generación en generación. ¿Será entonces que el mexicano tiene esa mentalidad
desde que cayó en el yugo español hace siglos?
¡¡Por lo rayos del
Necaxa!! Fue la única frase de exclamación que se me ocurrió decir, el
equivalente a ¡Santos aprisionados Batman!, que Robin hubiera dicho al hombre
murciélago.
Volviendo a lo que
estábamos, esa puede ser la razón, la primera que se me viene a la mente, del
por qué de la mentalidad del mexicano, e incluso del latinoamericano.
Para terminar, aquí la
exhortación sería a buscar ese escape, no el de los reos reales, sino el que
deben hacer los que están afuera, para liberarse de la opresión que ellos
mismos se colocan, porque sería un crimen no intentarlo, o culpar a esos
griegos que decían que el cuerpo es la prisión del alma y usar eso de pretexto
para decir, “hasta filosóficamente, literal, estoy atrapado”.
Busquemos mejor, como el
personaje principal de la serie Prison Break (que recomiendo ampliamente
ver), la fuga, la huida con intelecto o al menos, con corazón, y luego
golpeemos a lo que nos oprime.
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