Por: Aldo Clark
@aldocorp
Sin duda alguna, la reciente final de la Liga MX
protagonizada por el América y los Tigres, disipó todas las dudas que aún
existían en el torneo local sobre quién lo dirige (al futbol nacional y a la
selección), lo poco profesional que es
el arbitraje mexicano y cuál es el nivel de un campeonato que ni con
Ronaldinho pudo ser más espectacular.
Lo aclararemos explicando cada aspecto, en orden inverso al
que fueron enunciadas en el párrafo anterior. Veamos entonces el nivel de
nuestra Liga, que sigue deplorable porque el sistema de torneos cortos ha
caducado en nuestro país, ya no funciona para el bien futbolístico, sólo para
el beneficio empresarial.
Daremos dos ejemplos: primero, bastan tres o cuatro juegos
buenos de un equipo en el torneo para que acceda a la liguilla, sin importar si
el resto de la temporada fue un fiasco, lo que fomenta la mediocridad deportiva
en los equipos del país; para muestra de ello, y como segundo ejemplo, el Cruz
Azul tiró a un lado la liga por ir a competir al Mundial de Clubes, torneo
donde no mostró más que cobardía ante el Real Madrid (una repetición del
Holanda vs México del Mundial de Brasil) y una pésima seriedad ante el Western
Sydney Wanderers, donde el clima de por sí mermó la calidad del juego.
Mientras tanto, el arbitraje nacional parece ejecutado por
niños de una patria donde se desconoce el balompié, ya que desde el 2012, se
han incrementado las molestias públicas de jugadores y entrenadores por
arbitrajes tendenciosos o mal obrados; sin embargo, no ha existido una
solución, salvo la de remover funcionarios que sólo se encargan de seguir
haciendo lo que su antecesor no supo o pudo realizar; además, pareciese una
burla que ahora la prensa (salvo excepciones) defienda el trabajo de Paul
Delgadillo en la final, ante su compulsión por sacar tarjetas rojas a todo
aquel que estuviera vestido de azul.
Por último, vamos con el tema central y que une a los dos
anteriores: el América, pero en especial la corporación a la que pertenece (Televisa),
es dueño inapelable del futbol nacional: decide qué balón se utilizará en los
partidos, quiénes (prensa) pueden cubrir los juegos, quién dirige a la
selección, quién será campeón y cuál será el sistema de competencia. Eso, tan
solo en el deporte más popular del país, no se diga en la política y en la
economía.
Sabemos por qué ahora América es el equipo más ganador de la
historia del balompié mexicano, y no demeritamos su labor durante este torneo,
fue el menos peor de los dieciocho clubes del máximo circuito; no obstante, la
final fue una asquerosa réplica de lo que el otro producto de Televisa (Enrique
Peña Nieto) hace en el gobierno de nuestro país: un mandatario que carece de
sensibilidad ante su pueblo; lo peor de todo, es que todos sabíamos el
resultado del encuentro en cuanto supimos quiénes llegaron a la final, de la
misma forma en que ya sabíamos quién ganaría la contienda electoral de 2012.
México es un territorio anárquico disfrazado de país en desarrollo: todo el mundo hace lo que quiere, por eso tenemos un campeón
miserable, en una liga que no ofrece resistencia a la oligarquía de Televisa.
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